El ciborg melancólico
Melancolía es una palabra que sólo pronunciar te pone melancólico. Roberto Matta me dijo que se debía a la nostalgia del hombre por el universo; Biruté Galdikas, que no era exclusiva del hombre, que los orangutanes también la sienten. Ahora Fernando Broncano me explica que es propia del nuevo ser en el que nos hemos convertido: un simio con prótesis culturales y técnicas, un ciborg que sufre melancolía fruto del desarraigo: siente nostalgia de un mundo natural al que no puede volver. El camino es siempre hacia delante y la herramienta para sacudirse la melancolía es la imaginación, imaginar que otro mundo es posible: de eso nos habla en La melancolía del ciborg.
¿Y dice usted que somos ciborgs?
Sí. Hemos transformado nuestra propia naturaleza transformando el mundo en el que vivimos. El resultado es un ser construido por prótesis.
¿Prótesis?
El lenguaje, la vivienda, el calzado, las ciudades, las imágenes o los relatos son cosas anexas que hemos creado y asumido.
¿Somos un producto artificial?
Sí, es como si nos hubiéramos levantado por los pelos, nos hemos elevado de la naturaleza. Fíjese en mí.
… No le veo nada raro.
Mis gafas son una prótesis, pero no las siento, son parte de mi cuerpo; y eso ocurre con todas nuestras formas culturales, desde el lenguaje hasta la arquitectura; pero lo que me interesa no es el objeto en sí, sino lo que hace el objeto con nosotros.
¿Qué hace?
Nos hace vivir en un estrato que no es ni el real ni el imaginario, sino algo que está en medio, y de ahí nuestra melancolía.
¿Somos ciborgs melancólicos?
Sí, nos pasamos la vida soñando con un mundo que ya no existe: lo natural. De hecho, las paredes que pretenden ser rústicas tienen más tecnología que las de ladrillo. Al ciborg se le ha arrancado de la naturaleza, ya no puede volver a ella, sólo puede vivirla a través de los documentales o del turismo. Su melancolía es fruto del desarraigo.
Me está entrando una angustia…
Una de las enfermedades más graves que padecemos es la incapacidad de pensar mundos posibles distintos.
Si no podemos volver a nuestra esencia, ¿adónde apuntar?
El ciborg está en la frontera, un lugar de mezcla, de hibridación, de pioneros, en el que sólo existe la posibilidad de ir hacia el futuro imaginándolo y haciendo que el futuro se acople a esa imaginación.
Seremos protésicos, pero no parece que moralmente hayamos evolucionado…
La moral tiene mucho que ver con cómo queremos que sea el mundo, y la tecnología, con cómo podemos hacer ese mundo.
Lo que podemos hacer acaba convirtiéndose en lo que queremos hacer.
Esa teoría - si la flecha está en el arco, tiene que salir disparada-es mentira. Si hay alguna evolución positiva moral es porque decimos: esto no lo queremos. ¿Sabe lo que pasa?
¿Qué pasa?
A la tecnología la miramos con miedo o con deseo, pero sin distancia crítica: hay que observar qué están haciendo con nosotros.
¿Y qué están haciendo con nosotros?
Cambiándonos. Internet nos crea espacios y tiempos completamente nuevos.
Esos artefactos nos facilitan la vida.
Eso es lo de menos. El mundo del consumo en el que vivimos es sobre todo simbólico, ponemos en los artefactos las etiquetas del estatus.
Pero ha habido sociedades que vivían con lo que la naturaleza les ofrecía.
El del buen salvaje feliz es un mito de las sociedades avanzadas, es parte de la melancolía del ciborg y un invento de los ricos, como el del pobre feliz.
Entonces, ¿nuestras prótesis culturales no nos hacen más felices?
Nos permiten hacer cosas que sin ellas no podríamos hacer, pero lo que da la felicidad es hacer lo que decides, ganarte tu propio futuro, el que has imaginado.
La necesidad de naturaleza es real.
Hay dos maneras de concebir la naturaleza, una es como aquel lugar en el que está nuestro destino, que es la de las sociedades primitivas; y la otra es como un parque natural. Y creo que ese es el futuro de la Tierra: concebirla como un parque natural que decidimos preservar, porque un paisaje necesita mucha tecnología para seguir siéndolo. ¿Pero cuál es el problema?
¿?
Aceptar la tecnología sin cuestionarla. ¿Por qué tenemos que aceptar el DDT? Hay un déficit de imaginación cuando no se pueden ver tecnologías alternativas.
¿Cómo corregirlo?
El primer paso, el más difícil, es empezar a pensar que las cosas podrían ser distintas. Pensar el mundo bajo condiciones de creatividad y node sometimiento a una vía única.
Al final, no sé qué somos...
La pregunta no es qué somos, que es una pregunta incontestable, sino qué queremos ser. Eso es lo que te permite distanciarte.
¿Y?
Yo diría que el ser humano es una especie que huye, una especie migrante que tiene que emplear la imaginación del pionero.
A usted no le va Itaca.
Me parece un autoengaño: cuando llegas, Penélope no te reconoce. No hay vuelta atrás, si se vuelve es a un pasado imaginado, que es lo que siempre andamos haciendo.
Pero los momentos de esplendor de casi todos son junto a la naturaleza.
Eso es la melancolía. Pensar en la figura de la naturaleza como en lo que hemos perdido tiene que ver con un deseo de tener otra vida, pero le ponemos el nombre de un paisaje. ¿Y cómo acaba eso?
Me temo que en tragedia.
La gente acaba comprándose su segunda residencia en la playa y destrozando la costa. Cuando hablo de tecnología, el objeto prototípico es la ciudad. Pensar en un mundo tecnológicamente distinto es pensar en una ciudad distinta integrada en la naturaleza.
Sí. Hemos transformado nuestra propia naturaleza transformando el mundo en el que vivimos. El resultado es un ser construido por prótesis.
¿Prótesis?
El lenguaje, la vivienda, el calzado, las ciudades, las imágenes o los relatos son cosas anexas que hemos creado y asumido.
¿Somos un producto artificial?
Sí, es como si nos hubiéramos levantado por los pelos, nos hemos elevado de la naturaleza. Fíjese en mí.
… No le veo nada raro.
Mis gafas son una prótesis, pero no las siento, son parte de mi cuerpo; y eso ocurre con todas nuestras formas culturales, desde el lenguaje hasta la arquitectura; pero lo que me interesa no es el objeto en sí, sino lo que hace el objeto con nosotros.
¿Qué hace?
Nos hace vivir en un estrato que no es ni el real ni el imaginario, sino algo que está en medio, y de ahí nuestra melancolía.
¿Somos ciborgs melancólicos?
Sí, nos pasamos la vida soñando con un mundo que ya no existe: lo natural. De hecho, las paredes que pretenden ser rústicas tienen más tecnología que las de ladrillo. Al ciborg se le ha arrancado de la naturaleza, ya no puede volver a ella, sólo puede vivirla a través de los documentales o del turismo. Su melancolía es fruto del desarraigo.
Me está entrando una angustia…
Una de las enfermedades más graves que padecemos es la incapacidad de pensar mundos posibles distintos.
Si no podemos volver a nuestra esencia, ¿adónde apuntar?
El ciborg está en la frontera, un lugar de mezcla, de hibridación, de pioneros, en el que sólo existe la posibilidad de ir hacia el futuro imaginándolo y haciendo que el futuro se acople a esa imaginación.
Seremos protésicos, pero no parece que moralmente hayamos evolucionado…
La moral tiene mucho que ver con cómo queremos que sea el mundo, y la tecnología, con cómo podemos hacer ese mundo.
Lo que podemos hacer acaba convirtiéndose en lo que queremos hacer.
Esa teoría - si la flecha está en el arco, tiene que salir disparada-es mentira. Si hay alguna evolución positiva moral es porque decimos: esto no lo queremos. ¿Sabe lo que pasa?
¿Qué pasa?
A la tecnología la miramos con miedo o con deseo, pero sin distancia crítica: hay que observar qué están haciendo con nosotros.
¿Y qué están haciendo con nosotros?
Cambiándonos. Internet nos crea espacios y tiempos completamente nuevos.
Esos artefactos nos facilitan la vida.
Eso es lo de menos. El mundo del consumo en el que vivimos es sobre todo simbólico, ponemos en los artefactos las etiquetas del estatus.
Pero ha habido sociedades que vivían con lo que la naturaleza les ofrecía.
El del buen salvaje feliz es un mito de las sociedades avanzadas, es parte de la melancolía del ciborg y un invento de los ricos, como el del pobre feliz.
Entonces, ¿nuestras prótesis culturales no nos hacen más felices?
Nos permiten hacer cosas que sin ellas no podríamos hacer, pero lo que da la felicidad es hacer lo que decides, ganarte tu propio futuro, el que has imaginado.
La necesidad de naturaleza es real.
Hay dos maneras de concebir la naturaleza, una es como aquel lugar en el que está nuestro destino, que es la de las sociedades primitivas; y la otra es como un parque natural. Y creo que ese es el futuro de la Tierra: concebirla como un parque natural que decidimos preservar, porque un paisaje necesita mucha tecnología para seguir siéndolo. ¿Pero cuál es el problema?
¿?
Aceptar la tecnología sin cuestionarla. ¿Por qué tenemos que aceptar el DDT? Hay un déficit de imaginación cuando no se pueden ver tecnologías alternativas.
¿Cómo corregirlo?
El primer paso, el más difícil, es empezar a pensar que las cosas podrían ser distintas. Pensar el mundo bajo condiciones de creatividad y node sometimiento a una vía única.
Al final, no sé qué somos...
La pregunta no es qué somos, que es una pregunta incontestable, sino qué queremos ser. Eso es lo que te permite distanciarte.
¿Y?
Yo diría que el ser humano es una especie que huye, una especie migrante que tiene que emplear la imaginación del pionero.
A usted no le va Itaca.
Me parece un autoengaño: cuando llegas, Penélope no te reconoce. No hay vuelta atrás, si se vuelve es a un pasado imaginado, que es lo que siempre andamos haciendo.
Pero los momentos de esplendor de casi todos son junto a la naturaleza.
Eso es la melancolía. Pensar en la figura de la naturaleza como en lo que hemos perdido tiene que ver con un deseo de tener otra vida, pero le ponemos el nombre de un paisaje. ¿Y cómo acaba eso?
Me temo que en tragedia.
La gente acaba comprándose su segunda residencia en la playa y destrozando la costa. Cuando hablo de tecnología, el objeto prototípico es la ciudad. Pensar en un mundo tecnológicamente distinto es pensar en una ciudad distinta integrada en la naturaleza.
Fernando Broncano, relaciones entre ciencia, técnica y cultura
IMA SANCHÍS - 02/09/2009
IMA SANCHÍS - 02/09/2009